– Ver cada particularidad como algo que les hace especiales. Las rarezas pueden ser motivo de conflicto o burla, por ello es importante que todos los niños entiendan que todos somos diferentes y que esas diferencias nos hacen únicos.
– Identificar las habilidades y talentos de cada alumno y potenciarlos. Por ejemplo, si a un niño se le da bien escribir, animarlo a hacerlo e incluso aconsejarle que se presente a concursos.
– Evitar los enfoques competitivos y comparar. La competitividad puede ayudar a determinados alumnos a superarse pero puede tener un efecto adverso en otros alumnos que se sientan inferiores.
– Evitar situaciones de marginación, ridiculización o acoso. Hay que ser tajante ante estos casos. Trabajar valores como la empatía ayudará a evitar estas situaciones.
– Reconocer el trabajo bien hecho. A veces se tiende solo a señalar el error para corregirlo mientras los aciertos pasan desapercibidos. Es importante que también en el caso de los aciertos mostremos reconocimiento. Puede bastar con un “muy bien”, pero con esas simples palabras el niño se sentirá más satisfecho y mejorará su autoestima.
– Vigilar que las tareas se adapten al nivel de los alumnos. Si son demasiado difíciles les provocarán frustración.
– Enseñarles a ver los problemas desde diferentes perspectivas. A veces los niños solo son capaces de ver una alternativa o ninguna, mientras que los adultos tenemos más capacidad y experiencia para discernir diferentes opciones. Con nuestra ayuda encontraran más rápido la solución a sus problemas y evitaremos prolongar la angustia que les provoquen.